Hace
muchos pero muchos veranos atrás, en el cada vez más hondo pozo del pasado que
puede ya no ser verdad, me encontraba yo zigzagueando calles porteñas desde la
disquería Bird que quedaba enfrente a la Jefatura de
la Policía Federal sobre la calle Moreno hacia Oíd Mortales Discos a metros del Obelisco. Pero cuando iba
atravesando Plaza Congreso, a media tarde, con la idea de pasar primero por la
librería El Vitral que estaba casi
al comienzo de la calle Montevideo, me llamó la atención una gran manta con
libros totalmente desordenados, colocados de maneras absurdas en la mitad de la
plaza y sin mantero/librero alguno presente custodiándolos. Todo muy
desconcertante, libros y más libros desparramados que parecían libros
abandonados a la intemperie. Incluso pilas de libros sobre el pasto como si
fueran gente apoyada sobre una baranda de un solario de pileta de natación intentando
broncearse o próxima a zambullirse para darse un refrescante chapuzón o pilas
de libros colocados en forma de cruz y otras pilas en círculos y más libros
sueltos y bolsas de consorcio negras del tamaño más grande tiradas por todos
los alrededores. Recuerdo pensar que tenía frente a mis ojos una instalación de
alguna índole y me puse a mirar en todas las direcciones sin saber muy bien qué
pensar y por donde comenzar a revisar porque no cabía otra opción que arquearse
hasta donde alcanzaba la vista, con el Congreso de la Nación de fondo, para ver
de qué iba todo eso y de qué libros se trataba,
exigiéndome por cierto, el despliegue de poses algo estrambóticas, que
podrían haber sido juzgadas como montajes bizarros de haber existido en ese
tiempo las redes sociales y “las prótesis de mano/extensión de brazos” que es
la telefonía móvil hoy en todas sus formas. Era una tarde de sol, en un mundo
antiguo sin Google, tal vez un mundo más lento, donde todas las cosas duraban
más o al menos en donde los hits del verano podían durar hasta bien entrada la nueva
estación primavera por venir. En la plaza, la persona más próxima a “la
instalación/puesto de libros” era un señor mayor que vendía helados. Fui en su
dirección y le pregunté por el tendal de libros que teníamos frente a nosotros
y me dijo que el señor que acarreaba todos esos libros había ido al baño de
algún lugar cerca, así que aprovechara para revisar por si encontraba algo que
me interesara porque éste estaría próximo a regresar y trasladaría con suma
impaciencia y fastidio la manta con un carrito de supermercado en varios viajes
–que dicho sea de paso un carrito que brillaba por su ausencia a simple vista- sobre
la vereda de Avenida de Mayo, pasando el restorán Plaza España, casi a la altura de la avenida más ancha -¿y larga?- del
mundo. Esa fue la primera vez que me topé con Señorita Vida, el debut -y
despedida- poético de Jorge “El Turco” Asís editado por el Instituto Amigos del
Libro Argentino en 1970. Era un ejemplar ajetreado, con persistentes manchas de
humedad en todas sus páginas, no había referencia biográfica alguna del autor
pero sí una calurosa dedicatoria estampada de puño y letra a un doctor del que
lamento no poder recordar con puntillosidad su apellido. La dedicatoria no era
escueta y seguramente haya sido la primera vez en mi vida que haya visto una
dedicatoria por así decir algo extensa y que no contuviera las muletillas “con
cariño” o “con un abrazo de” seguido al garabato ilegible de la firma del autor.
Esa dedicatoria contenida en mi ejemplar de Señorita Vida era cándida y afectuosa,
escrita -si mal no recuerdo- en letras cursivas que por su claridad y franqueza
parecían salidas de un informe docente en boletín de calificaciones o cuaderno
de comunicaciones. Como sea, en lo personal, me hizo fantasear que si algún día
llegaba a publicar un libro, iba a ser un modelo a seguir dicha dedicatoria, e
iría a tomarme un tiempo para no querer sacarme jamás de encima y así nomás el
compromiso de dedicar un ejemplar de mi autoría, sino más bien tomarme un
tiempo récord y a puro vértigo, a la velocidad de la luz, para encontrar las palabras
justas, preferentemente amenas y así agradecer su adquisición a ese potencial
lector que está ahí, a metros de uno, esperando, la mayoría de las veces, con
expectación sobre que irá el autor a poner, etcétera y etcétera. Pero fue con
el correr de las hojas siguientes, todas impregnadas con el persistente sello
aureola de humedad calamar, cuando di por vez primera con el poema “Cuanto te cuente”
que comencé a leerlo de un tirón en estado de shock, motivo más que suficiente
para comprar por unas monedas Señorita Vida sin asociar que dicho poemario
pertenecía al mismísimo Jorge Asís. Esa asociación y dato no menor sucedería
años después gracias a la mesa chica de la inolvidable revista La Novia de Tyson cuando los últimos directores de la
revista –“y entonces quedaron tres”- (Rodolfo Edwards, Marcelo Manuele y Martín
Carmona) mientras preparaban la presentación del que iba a ser el último número
de La Novia de Tyson en un atestado evento que congregó a todas las tribus
porteñas en La Capilla donde funcionaba La Nave de los Sueños me
pusieron en aviso que tenía conmigo una incunable edición y que Asís era el
mismo Jorge Asís “El Turco” quien renegaba de ese conjunto de poemas en su
totalidad porque le parecían “malísimos” y por eso no computaba para él su
poemario dentro del corpus de su vasta obra. Esa noche, en zona “Downtown
CABA”, más precisamente en el viejo bar La Cigale de una planta, a los Tysons
se les ocurrió pedirme que llevara a la noche de La Capilla mi ejemplar de Señorita
Vida así se lo mostrábamos al poeta Alfredo Carlino, amigo de Asís, para
provocarle un garantizado estallido de carcajadas por la sorpresa y así
intentar tirarle de la lengua para que pusiera en contexto algo más de Asís y
su Señorita Vida. Recuerdo expansiva, acalorada y con mucho punch la conversación
con los Tysons sobrevivientes aquella noche y que en un hueco de
silencio que se hizo en las conversaciones tomarme un segundo para cerrar mis
ojos y haber evocado para mis adentros el arranque de “Señal que te he perdido”
de Andrés Calamaro en el disco Nadie Sale Vivo de Aquí para así tratar de
defender de por vida cualquier poemario iniciático: “Abro la puerta/ como un
poeta/dándose a conocer/…”. Muchas cosas. Pero ya es hora de empezar a dar
saltos ornamentales de años hacia el futuro y ahora estamos ya en algún momento
de la primavera del año 2007 y estoy al frente de El Monte Análogo Radio, un
programa que se emitía al rojo vivo los días domingos con la utópica finalidad
de salvar vidas en la franja horaria universal suicida que cada domingo se
extiende entre las 19 horas y la medianoche. Allí, ya transformado el programa
en una performance impredecible de experiencia radial -de la que apenas queda
registro al verano 2025 en curso- y en un insospechado laboratorio instantáneo de
canciones fue cuando Gastón Caba comenzó a ampliar su cancionero de Flavia and
The Motonets y empezó a barajar en paralelo el lanzamiento de su propio
proyecto solista. Entonces Gastón comenzó a cantar algunos poemas favoritos que
domingo tras domingo -fueron 154 domingos en continuado- yo iba compartiendo al
aire y él iba detectando microscópicamente cuáles poemas pedían -y podían- ser
cantados y el primero fue -cómo no/obviamente – “Cuando te cuente” y aconteció
una conmoción instantánea entre todos los que estuvimos ese anochecer de
domingo en “una.radio”, una conmoción lo más parecida a un momento de "felicidad
feliz". Porque dicha canción tocada en vivo generaba empatía y producía mucha
felicidad. Bien nítidas retengo imágenes del público asistente sonriendo, bailando
y bailando, con miradas que se perdían hacia el escenario con un hilito de
lágrimas asomando y cabezazos, muchos cabezazos de aprobación, y el chisme por
lo bajo entre los entendidos que alertaban a los que tenían más confianza que estaban
enfocados prestando atención al show de Gastón: atenti/ojito que esta letra es
de un poema de Jorge “El Turco” Asís. Y paro aquí, para no abrumar dado que no
puedo ser nada objetivo y un yo lírico con mi viejo corazón mío más jovial
aunque no menos fervoroso estuvo ahí: en esa Plaza de Congreso a la tarde donde
encontró a la Señorita Vida, en esos domingos análogos de radio donde lo
entregamos todo y en esas fechas de Gastón Caba solista en Rosario -su debut- &
varias posteriores en La Ciudad de la Furia así que quiero por fin, aquí y
ahora, en otra tarde de antiquísimo sol allá arriba en las alturas, celebrar y seguir
celebrando esta nueva y definitiva versión de “Cuando te cuente” por Gastón
Caba con la Organización de las Soledades Unidas (OSU), con todas las
familias y con todo el Planeta Tierra entero aún en tiempos tan convulsos como
los que tocan vivir. “¡Gracias por escuchar!”
Felipe Nicolás Domínguez Bedini
Miramar
–“La Ciudad de los Niños”-, ciudad costera
del
Sudeste de la Provincia de Buenos Aires,
Balneario
Charly, Miércoles 22 de enero de 2025, 16:30
República
Argentina, Hemisferio Sur.
https://gastoncaba.bandcamp.com/track/cuando-te-cuente-2
No me celes
ResponderEliminarNo me dejes ir :)
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