Luis García Montero estaba en la Ciudad por un homenaje al escritor español Francisco Ayala, al cumplirse setenta años del comienzo de su exilio en la Argentina. Corria noviembre de 2009, más precisamente un día 12 como la fecha de este lunes. Unos días después de dicho homenaje, ofreció una lectura de sus poemas en la Librería Clásica y Moderna. Recuerdo que era una tarde de lluvia y el día era idóneo para escuchar un viejo y largo poema suyo -que finalmente no leyó pese a habérselo pedido en los bises-:
...Oigo la lluvia amontonarse
sobre las uralitas
y la noche me atrapa
en el sudor eterno de su tranquilidad...
Por mil motivos, fue una lectura que atesoraré por siempre. Anoche, tremendamente desvelado, volví a releer algunos de mis poemas preferidos de Luis García Montero y a pensar en aquella tarde. Y recordé el sismo que me había provocado la escucha de La Inmortalidad. Pero sería muy largo de contextualizar por aquí, deberé tratarlo -con suerte- en alguna futura novela que vaya a escribir en años venideros, post "Médanos de oro". Para mi asombro, dado que éramos unos pocos afortunados los asistentes a la lectura y no recordaba ver a nadie filmando, encontré en la mágica Internet, unos videos de Luis García Montero en aquella tarde de lluvia. ¡Buen arranque de semana y feliz lunes 12 de noviembre!
Nicolás
Pd: A continuación tipearé el poema preferido en cuestión, allá voy, que lo disfruten
La inmortalidad
Nunca
he tenido dioses
y
tampoco sentí la despiadada
voluntad
de los héroes.
Durante
mucho tiempo estuve libre
la
silla de mi juez
y
no esperé juicio
en
el que rendir cuentas de mis días.
Decidido
a vivir, busqué la sombra
capaz
de recogerme en los veranos
y
la hoguera dispuesta
a
llevarse el invierno por delante.
Pasé
noches de guardia y de silencio,
no
tuve prisa,
dejé
cruzar la rueda de los años.
Estaba
convencido
de
que existir no tiene trascendencia,
porque
la luz es siempre fugitiva
sobre
la oscuridad,
un
resplandor en medio del vacío.
Y
de pronto en el bosque se encendieron los árboles
de
las miradas insistentes,
el
mar tuvo labios de arena
igual
que las palabras dichas en un rincón,
el
viento abrió sus manos
y
los hoteles sus habitaciones.
Parecía
la tierra más desnuda,
porque
la noche fue,
como
el vacío,
un
resplandor oscuro en medio de la luz.
Entonces
comprendí que la inmortalidad
puede
cobrarse por adelantado.
Una
inmortalidad que no reside
en
plazas con estatua,
en
nubes religiosas
o
en la plastificada vanidad literaria,
llena
de halagos homicidas
y
murmullos de cóctel.
Es
otra mi razón. Que no me lea
quien
no haya visto nunca conmoverse la tierra
en
medio de un abrazo.
La
copa de cristal
que
pusiste al revés sobre la mesa,
guarda
un tiempo de oro detenido.
Me
basta con la vida para justificarme.
Y
cuando me convoquen a declarar mis actos,
aunque
sólo me escuche una silla vacía,
será
firme mi voz.
No
por lo que la muerte me prometa,
sino
por todo aquello que no podrá quitarme.
De
Poesía (1980-2005) , Luis García
Montero (2006. Barcelona: Tusquets
Editores. Nuevos textos sagrados.)
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