

"Todo
parece tan real, tan sencillo. Demasiado bueno para ser cierto. Como si
detrás de un rostro, hubiera siempre otro rostro. La idea de secreto
ronda constantemente esta novela de Santiago Rouaux.
Desde la inofensiva búsqueda de un cuarto en alquiler, hasta su
desenlace. Cada personaje, cada capítulo, es una pieza matemática. Como
si Sebastián -su héroe involuntario- hubiera descubierto algo que, a
todas luces, debía permanecer escondido. El Alemán se lo advierte: Por
favor, no haga esto. ¿Un pequeño ejercicio de estilo? ¿Un homenaje a ese
subgénero que está en el fondo de nuestros corazones infantiles: el
terror gótico? Puede ser… De cualquier forma, tengan cuidado cuando
entren. Esta casa sola, como todas las casas que desearíamos habitar,
está encantada. Abran el libro. Suban por la escalerita empinada y
entren al cuarto (aunque mirándolo bien, es un depósito de trastos
viejos) que esas dos chicas díscolas, Laura y Sofía, les ofrecen.
Duerman un poco. Bajen y encuéntrense con una fiesta de despedida. Ahora
miren, hay dos gatos: uno blanco y otro negro. Crujen los peldaños.
¿Será verdad, me estoy imaginando cosas? No sé de qué se asustan.
Cualquier historia, a la larga, es una historia de terror".
(Osvaldo Bossi, texto de contratapa La casa sola)
"Llegué a la casa un mediodía de diciembre cargado
con dos valijas. Debía hacer unos 30 grados de temperatura y del asfalto se
levantaba una bruma pegajosa. Los colectivos pasaban rugiendo por la esquina de
la avenida San Martín, llenando de humo negro el aire. Toqué el timbre número 2
y esperé unos minutos. No contestó nadie. Volví a tocar y esperé. Nadie. Busqué
monedas en un bolsillo y alcancé a ver que había un teléfono público en la
cuadra. Estaba de suerte. Marqué los ocho números que había agendado en un
pedazo de papel y el teléfono llamó unas cuantas veces. “Holaaa…” contestó una
voz de mujer, impostando un tono aniñado. “Hola, soy el inquilino, estoy en la
puerta”, dije yo, haciendo un esfuerzo por dejar entrever mi disgusto de haber
sido plantado. “Ay, ya voy…”, dijo la voz en el teléfono y cortó. Volví a la
puerta de la casa y esperé de nuevo un rato largo. Al final, se escuchó un
ruido de llaves y la puerta se abrió. Una despeinada cabellera platinada fue lo
primero que me saltó a la vista. Era una chica flaca y de mediana estatura.
Debía tener unos 25 años. Reparé en algunos detalles: el maquillaje corrido, un
vestido de noche puesto a las apuradas… Era evidente que la había despertado.
“Perdón, no encontraba las llaves”, me dijo. “Todo bien”, le contesté, y
entramos. Caminamos por un largo pasillo cuyas paredes se caían a pedazos y
llegamos a una de las cuatro puertas que conformaban el PH. Al abrir, nos
recibieron dos gatos, uno blanco y otro negro, maullando y restregándose contra
nuestras piernas, como si no hubieran recibido cariño en mucho tiempo".
(Santiago Rouaux, fragmento de La casa sola)
Finalmente el link del evento en Facebook: