lunes, 6 de agosto de 2012

Paseando por la calle Florida, poema de Sam Hamill (Estados Unidos, 1943) traducido por Esteban Moore:

















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Paseando por la calle Florida

Aquí estamos es abril, el abril de Port Townsend
y sus lluvias de abril. Pero el corazón de mi mente
vaga, brillando en la penetrante luz del sol
de la calle Florida, en el ruidoso movimiento
y la resolana
de ese largo paseo de compras peatonal.
Esta calle de la ciudad de las buenas brisas
sobre la que, casi obligatoriamente, se han referido
la mayoría de los escritores.

La calle Florida ha prosperado, cayó en las sombras,
se tiñó del rojo de la sangre y ha vuelto a prosperar,
alimentando a los escritores, los cancionistas, los artesanos
y todos aquellos que podrían haber sido…, presuntuosos
que están haciendo tiempo por allí. Se aprende a ser humilde
en las sombras de la pretensión. Por aquí
caminaron García-Lorca y Neruda,
¿y no fue en esa esquina donde Alfonsina se encontró
con su antiguo amante, acomodándose los guantes
mientras se esforzaba por ser, al menos, amable?
Aquí deambula el fantasma de Borges, ese viejo
habitué de sus librerías,
que firmaba ejemplares de sus libros en La Ciudad
mientras sorbía su café,
al tiempo que recibía la atención
de las figuras literarias de lo establecido,
quienes ahora se empequeñecen detrás de sus Obras Completas
apiladas en las escaleras. Me cubro las orejas con las manos
enfrentando el incesante e invasivo repiqueteo del hip-hop
que va y viene, recorre la cuadra.
¿Cómo puede un poeta de la sombra mantener
una simple conversación rodeado de tanto ruido?

¿Acaso no soy yo el que mira a las mujeres, las mismas
que llamaron la tención de Riga –hermosas e inaccesibles-
en su ronda por centenares de casas de modas
que nunca venderán aquello que necesito?
¿Acaso no deseo oír el eco distante,
sonoro, de las calles de carruajes y caballos
que Darío oyó hace un siglo?

Todo esto mientras paladeo una empanada y bebo un cortado
y un mendigo gitano toca un tango,
el sombrero a sus pies, mientras los turistas lo fotografían.

Es difícil, escribió Borges, creer que Buenos Aires
fue fundada alguna vez. Pero lo fue.
Y la historia se escribe la más de las veces con sangre.
Esta ciudad nació el día en que Juan Díaz de Solís, 1516 anno domini,
remó a través de las aguas barrosas y se encontró
con los nativos que lo devoraron.
Y España se hizo rica mientras los españoles
asaban y comían españoles a la orilla del río.

Vinieron los italianos, los ingleses, los alemanes,
los judíos –cada uno con su Europa en particular-
y construyeron una ciudad casi europea-
la París del hemisferio sur, sostienen
algunos.
¡Ah, sí, la arquitectura! Qué mezcla de barroco,
romanticismo, herejías francoitalianas,
el choque de lo moderno, la severa presencia
de la autoridad germana; barrios
alineados con acacias y espacios verdes,
pequeños parques y grandes plazas a la sombra
de los horribles edificios de la vida moderna…
Y todo el caos de alguna manera inexplicablemente
bello.

Y porque es bella y su historia
en tantas ocasiones es triste, yo camino por Florida
tratando de imaginar a la madre de Borges
dirigiéndose a la multitud para que se opongan a Juan Perón,
la hermana del poeta arrastrada a una cárcel
para “prostitutas” donde permaneció un mes, dibujando los rostros
de las presas.
También camino algunas cuadras a la Plaza de Mayo
donde camino en los pasos de madres valientes
que reclaman por aquellos que desaparecieron,
quienes representan la memoria social. Me pregunto si Jacobo
Timmerman ha deambulado al menos una hora por aquí.

De la oscuridad feroz surge la luz.
Siempre hay tristeza en aquello que es civilizado.
Sin embargo, creo que esta ciudad tiene alma. Los viejos fantasmas,
están en gran peligro, no podrán sobrevivir.
Pero la democracia podrá prosperar sólo si el valor
de los poetas es contagioso, y si los mitos y leyendas
no ocultan lo real.
En la calle Florida artículos de cuero, alta costura, modas,
Gitanos mendigos, remeras del Che y Big Macs.
¿Cuál será el futuro del pasado?

¿Qué puedo saber yo un visitante, un peregrino?
Observo los ojos de aquellos que sobrevivieron
décadas de tormento, dolor y furia,
la mía es una mirada fugaz de aquello que nunca sabré,
y soy recompensado con la amabilidad de los extraños.
La ciudad tiene un alma femenina, madura,
una madre que ha amado y sufrido-
sufrimiento que define su belleza
su capacidad para la alegría
y extiende su bienvenida a todo aquel que la ama.


De Sam Hamill, Ojos bien abiertos y otros poemas (2006. Venezuela: Colección El Cuervo Traducciones. Presentación y Traducción Esteban Moore.)
 

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