martes, 25 de junio de 2013



















Con dos textos del poeta Carlos Barbarito:

Marina

Desplazamiento –escribo. ¿Qué quiero decir con esto? Una figura de cera o madera, por ejemplo, a través del arte, puede ir más allá de su condición de mera figura para convertirse en portadora de símbolos, de emociones. Por primera vez me encuentro con su arte y enseguida me viene esa idea a la mente. Y, un poco después, otra: la artista me recuerda al mundo de Trakl: lo imaginario se suma a lo real sin que haya oposición ni diferencia –como anota Aldo Pellegrini al referirse al poeta de Salzburgo. Tengo la impresión de que las figuras elaboradas por la artista tienen, por un lado, lo real manifestado por los materiales que las constituyen, y, por el otro, el ámbito en que fueron dispuestas, en un espacio onírico. Así, lo mágico: fusión entre lo real y lo soñado, sin fisura alguna. La artista como maga, constructora de un cosmos intransferible, particular, maga que opera no en la luz sino en la media luz, en la penumbra. Recurro a su biografía y lo confirmo: labores que reniegan de la luz solar.

No recuerdo en qué página (¿Baudelaire? ¿Wilde? ¿Cocteau?) leí que la obra de arte está constituida por detalles. Tal vez en esa suma de detalles (cierto aro en la oreja de una mujer, un bordado, un fugaz reflejo en un espejo) esté lo central de la obra y no en otros pasajes o elementos, en apariencia más trascendentales, más importantes. En la obra de la artista los detalles aparecen en profusión, se convierten en el eje, se abalanzan como abejas contra el espectador. No se trata de esnobismo. Se trata de necesidad profunda, aureolada de enigmas. Alguien podría decir lujo; pero fue Baudelaire quien nos alertó: El lujo es tan importante como el trabajo por necesidad. Y Cocteau nos habló de la poesía (que yo llevo más lejos, al arte todo) como el colmo del lujo.


Me pregunto: ¿qué música proviene de esos seres imaginarios? ¿O de ellos emerge sólo silencio? No lo sé. Tal vez mi oído no esté todavía preparado. Ahora, otra vez, miro cada figura, cada una de ellas. ¡Los ojos! ¡Esos ojos!

Sergio


Sé de su trabajo desde hace más de tres décadas. Fui testigo de sus etapas no exentas de dudas, de contratiempos. En alguna conversación hablamos él y yo de la Alquimia y, sobre todo, de la busca de la Piedra Filosofal. Alguna vez leí, en mi adolescencia, que la Piedra está, o estaría, compuesta no de materiales preciosos sino de aquello que las sirvientas arrojan de la casa hacia la calle. En otras palabras, por lo que otros desprecian, obvian, rechazan, expulsan. Por lo que es lanzado a través de la puerta como si de un animal sarnoso se tratase. El artista –pienso- tiene en común con el alquimista el uso de materiales por el resto despreciados o considerados sin utilidad porque ve en ellos lo que constituye la Obra que, anhela, se encuentra adelante, tal vez próxima o muy próxima.

Eliot habla de que para nosotros, poetas y pintores, es el intento y en cada intento un fracaso mejor. Cocteau habla de la estética del fracaso. ¿Qué sería de nosotros si la Piedra hubiese sido, finalmente, encontrada? Apenas una labor basada en la repetición, en la resignación. Ante los ojos, la nada. Pero no, todavía es deseo, procura, anhelo. Si avanzamos – dice Rimbaud-, es el fin del mundo. No es el fin; es ruta hacia quién sabe dónde, con la valija cargada de esto y aquello, lo que las sirvientas barrieron y dejaron al borde de la calle. En el trayecto abrimos esa valija y, con lo que en ella llevamos, no la Piedra sino un remedo de la Piedra. No la Obra, ópalo que refleja la luz produciendo infinitos resplandores, sino obras, restos de vidrios de ventanas o botellas, que apenas si reflejan la mortecina luz de la Luna.

  Carlos Barbarito



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