Enrique Molina
Cuando lo conocí, recién desembarcado de un
barco que llegaba del Caribe, sus ojos parecían
los de un pájaro-marinero , encantados, solares.
lejanísimos, levemente melancólicos.
Con una melancolía de terrón de azúcar de lejanías,
y con el velo dorado del Paraná, río de aquella
parte de su infancia en Corrientes.
Ojos llameantes de aventuras, mezcladas a esa me-
lancolía de todo poeta, a la que alude Baudelaire,
y con el fuego muy tímido, pero salvaje, de su
América.
Enrique Molina se define a sí mismo cuando
responde, en un reportaje, sobre la palabra Hotel,
de esta manera:
“Es una de mis palabras favoritas, como
contrapuesta a 'hogar'. Es una palabra mágica,
no? Uno ve esos carteles en la noche reuniendo
todas las promesas”.
De Francisco Madariaga En la tierra de nadie (1998. Buenos Aires: Ediciones del Dock)
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