jueves, 5 de septiembre de 2019

“¡CELSEC querido Nico! ¡CELSEC y todas las horas tristes y nubarrones se empezarán a despejar!”. Las comillas palabras más, palabras menos pertenecen a Marta Zátonyi quien falleció el pasado primer día domingo de septiembre en la gran Ciudad de la Furia. In memóriam les comparto el capítulo 20 completo de Médanos de oro, mi primera incursión narrativa, editada algunos años atrás... Marta escuchó en una de mis tantas lecturas de duración kilométrica dos versiones de este capítulo –casi maquetas en verso de lo que terminó materializándose en prosa y que sigue y leerán a continuación- y muy ruborizada & agradecida sugirió a mis licencias poéticas algunos ajustes que terminé a puro impulso sumando contrareloj cuando me quedaban segundos para mandar el archivo definitivo a Bajo La Luna. Dos cosas más: Marta no alcanzó a leer esta versión, tampoco a ver el libro… y el retrato de Marta Zátonyi en su estudio la tomó el artista platense Gustavo Silveti en algún momento WWOE del “hondo es el pozo del pasado”compartido. ¡CELSEC yeah yeah yeah & wonderful world of Ethos (WWOE) is not dead!:) FNDB



                                                                                                                                      20






A Lino le gustaba contar una particularidad de la verborragia pintoresca de su padre, quien antecedía el 80 por ciento de cada cosa que decía, con la acotación “sobre todo en verano”: “Sobre todo en verano esto”, “sobre todo en verano aquello”, “sobre todo en verano lo otro”, lo cierto era que escuchar a Lino comentando el aporte de su progenitor tenía su gracia y uno aplaudía a rabiar lo ocurrente del asunto.
       Años antes de viajar a Médanos, en un bullicioso café con mesas de billar, Lino me confesó que su meta en la vida era escribir una novela importante, a la antigua usanza, voluminosa y de largo aliento. Dentro de su cabeza ya había varios capítulos y sólo tenía que sentarse a escribirlos, cuando encontrara el momento adecuado. Recuerdo que la confesión de Lino llamó mucho mi atención, y a partir de ahí ya no me toma por sorpresa cuando escucho a alguien pronunciar deseos de novela gorda importante o deseos de fértiles poemarios o de canciones imperecederas contenidas dentro de un disco debut perfecto, que se posterga y posterga, siempre para más adelante. ¿Cuándo es el momento adecuado para hacer algo que anhelamos, algo que desde las entrañas sospechamos inevitable y que tanto nos desvela? ¿Nos debemos a nuestros sueños y metas? ¿No dar nunca el primer paso nos ahorra ensuciarnos en el fango del mundo y nos da crédito eterno para opinar sobre lo que hacen los demás?
       Y en el club local de Médanos de pronto me vinieron a la mente algunas ideas sobre la tenacidad y la fuerza de trabajo para alcanzar los objetivos deseados. Era un recuerdo de mi propia existencia, en los días de infancia, hecho bastante significativo para mí, como faltar los jueves a la escuela, dando parte de enfermo afiebrado, con el fin de pasear por una feria que se montaba frente a la casa de mis padres. Me fascinaba el clima de algarabía que esa feria de la calle Saavedra tenía, punto de encuentro de todo el vecindario, que paseaba ida y vuelta entre todos los puestos con carnes, pescados, ramos generales y cajones de frutas y verduras… El tema es que, al ir por la mañana a la escuela, para poder faltar tenía que ponerme papel secante en ambos pies, recortándolo previamente siguiendo el contorno de cada planta y esperar pacientemente a levantar fiebre los miércoles a altas horas de la madrugada. ¡Qué paradoja! Trabajar de niño para holgazanear y no hacer nada, entre secantes, termómetro y tijera, y obtener así una feroz y secreta disciplina de trabajo al revés, siempre a contracorriente… Creo que esta receta me la había pasado mi primo Germanucho, pero de lo que estoy convencido es de que, gracias a mi fascinación infantil por esa feria, empezó mi vocación de trabajo. Noches de infancia donde dormía hasta con los zapatos puestos…
         Miré a Lino y le pedí su bolígrafo de tinta china, de trazo precioso, y arranqué, sin que nadie me viera, una hoja en blanco de mi cuaderno de anotaciones. Luego me encaminé por un pasillo largo que conectaba la sala de billar con el hall de entrada, donde se jugaba a los naipes, lugar donde se encontraban los baños, y me encerré unos minutos en uno de los amplios compartimentos del toilette para caballeros. Quería revelarle a Lino una fórmula que me había dado Marta Zátonyi, licenciada en Filología neolatina y finugor (Eötvös Lóránd Tudományos Egyetem, Budapest, 1963) y doctora en Estética (La Sorbona, París, 1967). Ella sobrevivió a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial en Hungría, atrincherada bajo tierra junto a su madre y hermana, mientras su padre y tantos otros miles de hombres estaban en el campo. Su mamá, para sobrellevar el escozor constante de los bombardeos, no encontró mejor pasatiempo que organizar lecturas con las vitales baladas de François Villon, poeta francés del siglo XV que traducía en el momento del idioma original al húngaro. Y así hasta terminada la guerra. Marta dictando anualmente sus clases magistrales, pletóricasen resonancias insospechadas, que parten de diversos temas relacionados con la historia, el arte, las religiones y los pensadores terminó por marcarme a fuego y mi deuda es eterna. Una tarde ella me dijo: “Todos los obstáculos de escritura se resuelven con el “Culo En La Silla Escribiendo Constantemente (CELSEC)”. Entonces, le escribí las siguientes palabras a Lino y luego puse la hoja en su bolso ni bien regresé del baño:

No pares hasta conseguirlo, don´t stop… como cantaba el bueno de Michael Jackson, quizás el único hombre de piel gris que destelló por este planeta Tierra. No pares hasta conseguirlo, porque ya tenemos la portada: 

                                                
                                            LINO BINDER
                            SOBRE TODO EN VERANO
                                            (NOUVELLE)


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