24
de abril
Por
el cañadón, por el monte de Acosta,por el roncaral de piedra roída,con sus
pozos de agua limpia, con sus pozos de agua limpia en que bebe el sinsonte y su
cama de hojas secas, halamos, de sol a sol, el camino fatigoso. Se siente el
peligro. Desde el Palenque nos van siguiendo de cerca las huellas. Por aquí
pueden caer los indios de Garrido. Nos asimos en el portal de Valentín, mayoral
del ingenio Santa Cecilia. Al Juan fuerte, de buena dentadura, que sale a
darnos la mano tibia; cuando su tío Luís lo llama al cercado: “Y tú, ¿por qué
no vienes?”. “¿Pero no ve cómo me come el bicho?” El bicho, la familia. ¡Ah,
hombres aniquilados, salario corruptor! Distinto, el hombre propio, el hombre
de sí mismo. ¿Y esta gente? ¿Qué tiene que abandonar? ¿La casa de yaguas, que
les da el campo, y hacen con sus manos? ¿Los puercos, que pueden criar en el
monte? Comer, lo da la tierra; calzado, la yagua y la majagua; medicina, las
yerbas y cortezas; dulce, la miel de abejas. Más adelante, abriendo hoyos para
la cerca, el viejo barbón y barrigudo, sucia la camiseta y el pantalón a los
tobillos y el color terroso y los ojos viboreznos y encogidos: ¿Y ustedes qué
hacen? “Pues aquí estamos haciendo estas cercas.” Luis maldice y levanta el brazo
grande por el aire. Se va a anchos pasos, temblándole la barba.
De José Martí Diarios (1997. Barcelona: Galaxia
Gutenberg/Círculo de Lectores. Prólogo de Guillermo Cabrera Infante.)
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