martes, 2 de junio de 2020
Dos fragmentos de El Café Celestial, diario de Stuart Murdoch (Ayr, Escocia, 1968), líder de Belle and Sebastian, con fecha 2 de junio de 2006 y 2 de junio de 2005…:
2 de
junio de 2006
Osaka, Japón
Ya estamos de vuelta en Japón. Acabamos de
subir al tren bala, el Shinkansen, para volver de Osaka a Tokio. Si pasas un
tiempo aquí y no eres capaz de escribir una buena novela sobre este país casi
mejor que no intentes escribir nunca una novela. ¿Tiene sentido esto que estoy
diciendo? Ni idea.
He estado aquí cuatro o cinco veces y no
entiendo nada. Consigo ver las cosas de manera periférica, consigo ver la
superestructura y la subestructura. Consigo ver los arrozales metidos con
calzador entre las centrales eléctricas y los edificios. Cada centímetro de
terreno no montañoso está perfectamente organizado. Pero no consigo
entender qué mueve a esta gente, qué les interesa, cómo les gusta pasar su tiempo libre ni nada de su filosofía. Parece
que sólo quieren servirte, pero supongo que es el punto de vista del turista
medio sólo porque el turista medio está muy bien atendido.
2 de
junio de 2005
Glasgow, Escocia
Estoy sentado sobre el
césped del parque de al lado de casa. Hay viento sur y, extraño, apenas ha
salido el sol. He venido hasta aquí por un sendero abandonado que lleva hasta
el río, reconfortado por todo este verde que me rodea.
Con la brisa los fresnos dejan caer
ocasionalmente algunas hojas sobre el teclado del ordenador. Aún por florecer
del todo, los fresnos son los últimos árboles caducos que pierden las hojas en
verano (si exceptuamos los plátanos). Creo que tengo algo en común con los
fresnos. No les vuelven locos los rayos solares de abril ni la fiesta del
Primero de Mayo. Esperan a que el mercurio marque los 16°C antes de mover un
dedo. Si están por debajo, pasan.
Los árboles que hay junto a las ventanas
de casa son fresnos. Los defendí hace poco en una reunión de vecinos. Pasé un
par de horas sentado hablando sin decir absolutamente nada. La conversación
giró en torno al mantenimiento del tejado y de las cañerías victorianas.
La anterior reunión la había pasado
sentado sin abrir la boca. Me fascinaba ver a mis nuevos vecinos en acción. Eran
como un equipo de superhéroes. Cada propietario parecía haber enviado a un
representante con un poder secreto, algo idóneo para asistir a una irritante
reunión con contratistas y arquitectos.
Entre sus filas había un periodista, un
agente inmobiliario, un asesor financiero y un abogado. Cada uno hablaba cuando
lo requería su especialidad. Era como un cuadro de mando de USS Enterprise, con
el capitán Kirk llamándonos uno a uno. Algo así.
En un determinado momento propuse que los
árboles de atrás estaban siendo amenazados por el edificio, o al menos éste los
molestaba. Aunque llevaba allí poco tiempo, consideraba a los árboles mis
hermanos. Dije:
“Los fresnos suelen crecer cerca de los
edificios pero nunca suponen ningún problema. Es raro que se caigan, sobre todo
teniendo en cuenta que éstos les ofrecen cobijo del viento”.
Me sentí raro escuchando mi voz tras haber
pasado tanto tiempo mudo. Parecía que era la voz de otra persona. Me costó un
poco que la voz y el cerebro se ajustaran, como unos ojos que hubieran mirado
al vacío mucho tiempo y de repente tuvieran que enfocar algo. Los demás
debieron sentirlo igual porque parecían tener dificultades para localizar de
dónde veía el sonido.
Estaba improvisando. No soy ningún
experto, pero dado que había esperado hasta entonces para hablar debieron
pensar que era un especialista en árboles. Nature Boy, debieron pensar. Parece que
funcionó, porque uno dijo:
“Ah”.
Y seguimos adelante. Había encontrado mi
espacio en el grupo.
Esta noche regresé de jugar al fútbol y
pensé en volver a salir y dar un paseo y pensar en música y en fotografías. Como
de costumbre, estaba deshidratado y me fui derecho hacia el zumo de piña. El problema
fue que mientras me lo bebía directo del frigo tuve una nítida sensación de
estar convirtiéndome en piña. Me he apoyado mucho en esa fruta en concreto. Eres
lo que comes, y ya soy un poco una piña.
Como se puso a llover cuando iba a salir
cogí un enorme paraguas negro. No me importa la molestia de tener que llevarlo
sobre la cabeza, de hecho hasta me sirve de excusa para pasear en un momento
como éste, en el que las únicas personas que ves por la calle son los
despistados que sacan a pasear al paraguas. El tema fue que me encontré con
unos conocidos. Me preguntaron dónde iba y les dije que estaba sacando a pasear
al paraguas. Me tomaron por un idiota arrogante y es posible que hayan decidido
dejar de ser mis amigos. La moraleja de la historia es que en algunas
situaciones es mejor tener el pico cerrado.
Seguí paseando. Llovía a cántaros. Pero no
me importa mientras la lluvia caiga recta. De hecho, la entiendo como un abrazo
de Dios y eso me hace tener más ganas todavía de pasear. Disfruté del calor de
las ventanillas amarillas* desde debajo de mi paraguas. Es algo que sucede
cuando las primeras flores de verano envían sus olores más deliciosos.
*Referencia al tema de Michael Tomlinson
Yellow Windows. [N. del T.]
De
Stuart Murdoch El Café Celestial
(2016: Donostia – San Sebastián: Expediciones Polares. Edición de Sean Guthrie.
Traducción de Felipe Cabrerizo. Ilustraciones de Graham Samuels. Prólogo: Julio
Ruiz.)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario