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lunes, 22 de junio de 2020
[A WHIT BURNETT], una carta de Malcolm Lowry (Birkenhead, Gran Bretaña, 1909- Ripe, Sussex, 1957)…:
[A
WHIT BURNETT]
1236 W. 11th
Ave.
Vancouver, B.C.
Canadá
22 de junio de
1940
Querido Whit:
Acabo de enviarte mi novela.
Por favor, no dejes que las corteses
palabras que lo acompañan influyan en tu actitud hacia su contenido: era necesario
escribirlas, eso es todo. Pero me pregunto si tendrás la amabilidad de
devolverme, cuando corresponda, la carta del barón de Tweedsmuir, que tiene
gran valor para mí.
He escrito este libro lo mejor que he
sabido. El epígrafe de Henry James al comienzo explica el resto; como verás, es
a la vez un gran comentario sobre el puente entre los años traicioneros y los
años en sí mismos, entre el pasado y el presente, y sobre el tema de la Atlántida,
y comprobarás que eso ilumina todo el libro con una luz intermitente. El libro,
claro está, empieza en el presente y luego, sin otra interrupción que el cambio
de capítulo, se desarrolla en el pasado. Me he esforzado mucho por conseguir la
ilusión –y de hecho la solidez de la novela quizá no sea una ilusión– de
continuidad. Pero conviene que el lector corriente tenga en cuenta que
cualquier nueva concepción del tiempo es un artificio, de ahí que yo haya
acentuado el sentido de la atemporalidad característico de México, de ahí que
los relojes no den la hora correcta, que las películas se repitan en el cine
tres años después, como ocurría en la vida real. Te rogaría que no te
desanimases al leer al principio, con su prolongada pesadilla. Cuando continúes
comprobarás que está planificado simplemente como una obertura musical que
introduce todos los temas que luego trato de destrozar. El estilo del libro
podría ser en ocasiones más desgarrado, más duro, y estar más trabajado; creo
que eso es no obstante un defecto menor, y confío en que tus ojos verán
defectos allí donde los míos, después de reescribirlos tantas veces –diecinueve
o veinte en algunos casos–, se sienten hipnotizados. Me gustaría también que no
llegases a la conclusión de que todo el libro mejoraría si se situase en el
presente. No creo que mis creencias se hayan hecho trizas, como ha ocurrido con
las de tantos escritores: el noventa por ciento de lo que escribí se ha hecho
realidad –¿qué es, en cualquier caso, la imaginación? –, de modo que pienso que
uno puede captar en el libro cierto sentido del tiempo similar a la teoría –de alguien
que no ha descubierto quién era– según la cual el tiempo es una inhibición para
impedir que todo suceda a la vez.
Albergo la esperanza de que el libro pueda
compararse favorablemente con libros tales como El proceso de Kafka; pero sé de sobras que los libros como El proceso raras veces son un éxito de
ventas. De hecho, la primera condición para que se vendan es, al parecer, la persecución
y muerte del autor. También albergo la esperanza de que este libro consiga, de
algún modo, ser más entretenido; y de
que, pese a que carece de cierta cohesión espiritual, y también, por así
decirlo, de la estratificación propia del genio, de la economía y la contención
del escritor firmemente enraizado filosófica y religiosamente en alguna
creencia , como la de Kafka –de que la demanda sobrenatural de rectitud en
todas las cosas es absoluta, o que todo esfuerzo humano, incluso el más
elevado, resulta equivocado–, pese a todo albergo la esperanza de que, al haber
elegido un tema de novela barata (en la que, no obstante, la condición
histórica, económica, incluso esotérica de todos los personajes se plantea en
relación con un mundo que es algo así como una malvada extensión, en todos los
sentidos, del argumento de la novela barata), y por medio de cierta
universalidad que le he dado, posea un atractivo mucho más amplio. Pero también
he tratado de dotarla de cierta cualidad que poseía El castillo: la “inagotabilidad”. ¡Espero que no suene demasiado
pretencioso! Lo que quiero decir, o estoy tratando de decir, es que podría
leerse muchas veces, y que el lector encontraría cada vez algo nuevo; que se
podría llegar a considerar como un buen disco de swing –o a ratos incluso mejor-, con ciertos pasajes que pudieran
escucharse una y otra vez sin hartarse, para terminar colocando la aguja al
principio del disco y oírlo de nuevo de cabo a rabo.
La interrelación e interdependencia
musical implícita en esta idea ha tenido en ocasiones un resultado que se
considera una falta grave, me refiero al solapamiento de párrafos de diálogo y
de monólogo interior de algunos personajes, cosa que puede llevar a pensar que
el efecto que se busca es el de un melancólico cauchemar de fantasmas y voces; pero para contrarrestar esta
tendencia me he esforzado al máximo en desarrollar el “carácter” de los personajes en una línea
estrictamente “convencional”, una línea que en realidad pertenece a un tipo de
novela diferente, más barata, de modo que creo que Bruce, el chico de la
carnicería, podría leerla y sacar de ella algún provecho. Admito que quizás
tendría que saltarse el primer capítulo, aunque ahí de nuevo dejo que el lector
vaya cayendo lentamente en los imponderables gracias a una técnica del tipo: “Demonios”,
dijo el Gran Abogado, mientras saboreaba su whisky y se incorporaba enérgicamente
en su sillón”.
El cuidado que he puesto en todo el
conjunto no me ha impedido, sin embargo, poner frases como “otra espiral se
había enroscado hacia arriba”, por ejemplo, en boca de sensibilidades
diferentes, y dado que detecté algunos de los errores quizá demasiado tarde,
pienso que, si aceptas este libro, tú mismo los verás enseguida y los
eliminarás.
Si aceptas el libro, tal vez tenga tiempo
de terminar otro; en cualquier caso, consérvalo, aunque no lo aceptes. Si lo
aceptas –o no lo aceptas, pero piensas que puede venderse– creo que debo
dárselo a Hal Matson para que negocie con él, si está dispuesto a hacerlo. Pero
no quiero agobiarlo con tanto gasto inútil en sellos. En mi opinión, he
eliminado gran parte de las vaguedades interminables y sutiles que hacían que mi versión previa fuese
inaceptable.
Y creo además otra cosa: que quizás haya
escrito este libro desde el “inconsciente” de Europa, por así decirlo. Ponle bozal
a un perro y el ruido saldrá por el otro lado. Lo he escrito como si fuera el
último grito de angustia en la consciencia de un continente moribundo, como una
lechuza de Minerva volando en la noche, como el último libro en su género, escrito
por alguien cuya especie ha muerto, incluso como una contribución final a la
literatura inglesa, un relámpago postrero y un aullido… Por todo lo que sé – y por
otras cosas pretenciosas– este libro, escrito contra la muerte, y en una
atmósfera de bancarrota total del espíritu, podría tener algún significado más
allá de lo ordinario.
En cualquier caso, ha sido escrito, lo
cual ya es algo; sobresalían algunas aristas insospechadas que tuve que alisar,
por eso no pude enviarlo antes. Y si lo aceptas, puede que eso me permita vivir
un poco más en este mundo donde todos mienten, y que escriba otros libros.
¿Me lo comunicarás lo más rápidamente
posible, incluso, quizá, con un telegrama, cuando tomes una decisión?, porque
la vida está llena de venenos y de incertidumbres, y de movimientos de
escorpión, y uno no sabe, de un día para otro, lo que tiene que hacer, o si un
continente resistirá del miércoles al viernes. ¡Extraños tiempos para
embarcarse en un proyecto, te lo garantizo!
Os deseo todo lo mejor a Martha [Foley] y
a ti,
Malcolm
De
Malcolm Lowry El viaje que nunca termina
Correspondencia (1926-1957) (2000. Barcelona: Tusquets Editores. Selección,
prólogo y traducción de Carmen Virgili. Marginales 185.)
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