Domingo,
día de sol, día del señor, y lunes, día de la luna, de la señora, que de tan
cerca lo sigue, la esposa pálida siguiendo a distancia a su marido ardiente,
soñadora, vagando por esas noches,
sola y no obstante en
compañía, liga que perdura, ella se levanta en su plenitud para después
languidecer y apagarse, encenderse y volver a crecer: así es ella la soberana
que entra y sale de su casa,
culpable de las
muchachas que se levantan con rosas de sangre en sus batas de dormir, de las
olas encrespadas que van rugiendo embravecidas y como adornadas con plumas de
yelmo,
activa como manos de
espuma lavando los pies de los corales, tan parecidos a los de Cristo,
destrozadora de membranas de aceite que se rajan como sacos de seda que
encerrasen cachorros de tigre:
noche de luna que pasa
a ser día de luna, lunes, rodando como un tremendo queso, rotando con todas sus
ruedas por las calles, por las fábricas, con la ciudad como recortada de un
papel negro con bordes argentados y muchachas que bostezan despidiendo un humo
descolorido que serpentea desde la gruta rosada de sus bocas.
De
Artur Lundkvist Textos del ocaso
(1984. Barcelona: Montesinos Editor, S.A. Traducción de René Vázquez Díaz.)
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