miércoles, 24 de marzo de 2010

Las Tardes de San José (part one)

Las Tardes de San José

“…Creo que no voy a escapar finalmente de este lugar –le dijo Phil a Amarantina-, ni cambiaré de automóvil –prosiguió diciéndole- ni de trabajos bajofondistas; pero no te aferres a estas palabras que ahora te digo en plena defensa de una juventud que en mi vida hace tiempo que está en franca retirada (en verdad caducó hace tiempo para ser más honesto). Puedo cambiar de parecer (debo hacerlo cuánto antes), puedo vivir otras vidas: una vida privada e infranqueable en la realidad de cada día y muchas vidas públicas y reencarnaciones en mis estancias en la luna o en las novelas que vaya a escribir y en las que estoy escribiendo. Aún así, no dejaré de abrirle las ventanas al mundo porque debo seguir pintando mi aldea. Stay. Algunas tardes, la reja blanca de adelante, estará abierta de par en par…”
Juan López Rocca, Setiembre (Nouvelle inconclusa,…)

“No eres inoportuno. Te he estado leyendo. Cada poema un mundo. Quieres dejarte en paz? En el segundo poemario quiero menos auto-conocimiento y no tantas abuelitas!”
Aurifooldream, SMS 15/11/09, 23:10:50


Crecí con el relato alucinado de abuelas, a las que yo llamaba cariñosamente “Abuelitas” y de tías con larga vida. Con mucha atención, curiosidad y respeto iba escuchando todas las historias de la familia, del vecindario, etcétera y etc, que ellas iban contándome para que me mantuviera entretenido. A veces había variaciones importantes en una misma historia con respecto de una tarde a la otra. Yo sospechaba que les daba un poco de cansancio o aburrimiento hablar conmigo de casi siempre lo mismo. Nunca lo hacían todas juntas a la vez. Se iban turnando. Una de esas mujeres, la mismísima Tía Gorda, a veces apodada también Lali, era la que metía más bocadillos jugosos entre historia e historia. Bocadillos que no hacían asco a las malas palabras y términos por demasía en desuso actualmente, como por ejemplo “pituco” o “chúcaro”. Aún puedo oírla: “…fulano estaba muy pituco en aquel paseo…” o “…ay, Pepito querido! No sabés!...el chúcaro y sin vergüenza del hijo del vecino se tiró un lance con…”. Hay un Muñiz apócrifo, por decirlo de alguna manera, que retengo de su voz, mientras ella lavaba preparados de laboratorio y esterilizaba demasiadas otras cosas dentro de las ollas Marmicoc que abundaban en la cocina, o cuando preparaba tuco con mucho chorizo colorado o ensalada adriática de naranja, o cuando descansaba de tanto gruñir contra ella misma, a oscuras, en su sillón favorito, escondida debajo de la gran escalera del templo familiar. Un Muñiz apócrifo, que incluía datas precisas que el paso inevitable del tiempo fue volviendo difusas y difíciles de cotejar en la actualidad. Casi doce años atrás, durante un viaje al sur de Italia, en Felito, un pueblo montañés, situado a 60 kilómetros de Salerno, empecé a darme cuenta del efecto que me habían producido aquellas tardes infantiles entre abuelitas y tías de ambos bandos familiares, en fricción constante. Fue en Felito, leyendo y releyendo el libro Adonde crees que vas y quién te crees que eres, donde me di de bruces con un tiempo que consideraba perdido y al divino botón…Cuando hace dos domingos, en un jardín de Caballito, estaba Federico Durand a punto de salir a tocar y hablábamos animadamente con Afelio, juntos los tres, sobre hacer un show gratuito en una casa de Muñiz, sin otros fines que pasar una linda tarde y afianzar la camaradería artística Noroeste-Sur y viceversa, del gran Buenos Aires. Federico entonces dijo: “Habría que llamar al ciclo que vamos a organizar en tu patio: Las Tardes de San José. Mi hermano quizás hasta consiga estampitas del colegio, que se podrían repartir como souvenir hasta el próximo encuentro en invierno…”.
A medida que transcurrieron esos días previos al sábado 20 pasado, donde Peregrino, Putch y Federico Durand, inauguraron en San José al 900, localidad de Muñiz entre las 16 y las 19hs, la primera de Las Tardes de San José, fui mentalmente hurgando los porqués de mi adhesión instantánea al nombre propuesto por F. para el ciclo. Un nombre que viene de lejos. Sé, ahora que me voy acercando al final de esta nota introductoria, de tanto paladearlo, que Las Tardes de San José, vienen de lejos. Es la voz que escuché de Tía Gorda, evocando una y otra vez las tardes de su infancia en esa calle, con un asombro que en su mirada seguía siendo puro futuro en bruto, pese a su longevidad y mis tempranos días de precario oyente: Su asombro ante el primer asfalto; la corrida a todo galope hasta perder el aliento llegando a la Ruta, momento en que la sombra del Graf Zeppelin doblaba a la derecha hasta perderse para siempre en dirección a la localidad de San Martín (junio del '34); su escondite secreto en la escondida rigurosa que los hijos de vecinos de distintas nacionalidades jugaban cada tarde tras volver de la escuela, dentro del gran ombú que ocupaba toda la esquina y presidía la entrada a la laguna, ombú y laguna que las tropas expedicionarias rumbo al Norte preferían –paraje predilecto de Belgrano y San Martín-; el croar mayestático de los sapos y los gritos con reverberaciones agudas de novicias díscolas, que se filtraban gracias a unas alcantarillas del Asilo –donde mi bisabuelo trabajaba de jardinero-, y que hacían sospechar -a todos los niños de aquella época- de las bondades del amor de Dios, cuando por las madrugadas, no podían volver a conciliar el sueño, hasta que aprendieron a agudizar sus oídos.

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