miércoles, 14 de marzo de 2012

Reseña de Pablo Domínguez (MOV) sobre el film de Werner Herzog "La cueva de los sueños olvidados" aparecida en cineescuela.com



LA CUEVA DE LOS SUEÑOS OLVIDADOS
(Cave of Forgotten Dreams, Werner Herzog, 2010)

«Hondo es el pozo del pasado.
¿No sería mejor decir que es insondable?
»
Thomas Mann

A modo de introducción vertiginosa, podría decirse que Werner Herzog es el director de los extremos. Toda su obra deviene en un incesante sondeo a través de los límites de la condición humana. Pero Herzog no indaga sólo en el hombre sino también en el planeta. Una característica distintiva de su poética la constituye el protagonismo que cobran los paisajes naturales al funcionar como metáforas de los movimientos del alma, representando desiertos, abismos, grietas, contrastes. Dentro de sus primeros intentos en la no ficción –Fata Morgana, 1971– viaja al desierto africano en busca de la imagen imposible: los espejismos; y en uno de sus últimos films –Encuentros en el fin del mundo, 2006– busca en la Antártida imágenes como diamante en bruto mientras ahonda en las respuestas que la ciencia puede dar hoy a preguntas de siempre. Ambos films se erigen como dos picos que delinean una cadena montañosa en la cual aparecen más desiertos y abismos, estepas en Nepal, reinos en África, extensiones de pozos petroleros quemados en la Guerra del Golfo, montañas devoradoras de deportistas extremos, lugares inaccesibles de las selvas amazónica, peruana y vietnamita, bosques de Alaska con sus osos, guerrilleros sandinistas, monjes budistas… en fin: los márgenes; los rincones más extremos de la Tierra, lugares donde la presencia del hombre contrasta con el imponente y adverso marco natural, y donde la interioridad humana, expuesta a sus límites, se evidencia al expresarse con toda su fuerza.

¿Qué más le queda a Herzog? ¿Por dónde seguir su búsqueda?
Es precisamente en La cueva de los sueños olvidados donde la sonda de Herzog abandona el plano espacial para adentrarse en el tiempo.

Dice Thomas Mann: «Mientras más profundamente se escudriña, más se hunde uno a tientas en el mundo subterráneo del pasado y más indescifrables se revelan los orígenes del hombre, de su historia, de sus costumbres, que se van hundiendo en la sima sin fondo, esquivando nuestra sonda, aunque desenrollemos cada vez más la cuerda, cada vez más allá en el infinito de las edades.» Hacia allá va Herzog. Ya no busca en los confines del planeta sino en los confines del pasado, adentrándose 32000 años en la recientemente descubierta cueva Chauvet, en el sur de Francia. Allí, las pinturas rupestres que han permanecido ocultas durante siglos, salen de su cápsula de tiempo.
Como diría Proust, el Tiempo se desenvuelve, se explica, de manera que aquello que instantes atrás permanecía velado, es revivido en su esencia, que en el film se manifiesta de manera intensa en la última secuencia, aquella donde no hay palabras, solo pinturas, luces, sombras, y música. Para cerrar esta unidad, Herzog retoma un sonido que ha insinuado anteriormente: el latido de un corazón. El ritmo que establece el latido del corazón quizá sea la intuición de tiempo –o, mejor dicho, la intuición del paso del tiempo– más primitiva y esencial. El latido como sonido del tiempo. Y el hombre, conciente del paso del tiempo, se vuelve así conciente de la finitud. La autoconciencia, aquel salto gigante para alcanzar la condición humana, llega a la historia junto con la conciencia de la muerte, sin duda el motor de las grandes preguntas, para las cuales el arte esboza ciertas respuestas. En torno a estas cuestiones orbita la obra –y las preguntas– de Herzog. Más de treinta mil años es una distancia inabarcable para nuestra diminuta escala humana. Tal vez por eso nos impacten tanto estas pinturas. Porque más allá del abismo de tiempo, las preguntas –y las respuestas– parecen ser las mismas.

Pero el misterio permanece. Y es el Tiempo quien parece expresarse, aunque de manera dicotómica: se ha penetrado, se ha viajado miles de años, pero una vez allá, en la cueva, todo parece estar detenido, cristalizado en una íntima fragilidad.
A propósito, es importante mencionar que las medidas tomadas por el gobierno francés para preservar el lugar impusieron condiciones extremas a la hora de filmar: brevísimos lapsos de tiempo, un pasillo de apenas unos centímetros de ancho por donde circular, utilización de luces frías, etc. Pero estos condicionamientos, que a priori hubieran resultado un estorbo, fueron capitalizados, incorporándolos a la narración de manera de reforzar la sensación de intimidad dentro de la cueva. Y junto a la música, el elemento que termina de configurar dicha sensación lo constituye la voz en off del propio Herzog. El pathos presente en las palabras utilizadas, el tempo del discurso, y la cortante sonoridad de su pronunciación en un inglés «duro» –al igual que sus entrevistados, la mayoría franceses– generan un distanciamiento que tiñen al texto con un tono poético.

El valor de las obras no sólo se debe a su antigüedad. Lo que asombra es la calidad del trazo de los artistas, que por momentos alcanza una sutileza y una síntesis que hacen repensar la historia del arte. Las composiciones y yuxtaposiciones de las figuras generan ritmo y movimiento, que se expresa de manera notable cuando las pinturas se pliegan a la forma de la roca, aprovechando su volumen. Es en este punto donde la elección de filmar en 3D se justifica precisamente por su capacidad de acercar la experiencia de lo volumétrico. Herzog, que ha reflexionado sobre el tema, tiene una postura nada partidaria con el 3D, ya que entiende que el efectismo producido por el uso de esta tecnología (presente en la mayoría de los films actuales) sitúa al espectador en una zona de distracción, impidiendo el acceso al mensaje profundo de la obra. Dice: «Nunca utilicé este proceso en mis 58 films anteriores, y no tengo planes de volver a hacerlo, pero era importante capturar las intenciones de los pintores.» Su elección es grande y honesta porque atraviesa sus propios juicios. Y esta honestidad se traslada al film, honrando a los artistas primitivos y permitiendo que sus obras se experimenten plenamente. Y es gracias a las ellas que el tiempo puede ser recuperado.

La cueva de los sueños olvidados trasciende el documento porque no solo muestra de manera privilegiada las pinturas y dibujos rupestres, sino que dice algo más. Indaga en el pozo del pasado y, partiendo de las obras, reflexiona de manera poética –y estas reflexiones son inquietantes– sobre la cultura, el arte, la vida y la muerte. Reflexiona sobre el Tiempo.

Pablo Domínguez
biblioteca@cineescuela.com

* Las citas de Thomas Mann pertenecen a la novela José y sus hermanos.
* Las citas de Werner Herzog están tomadas de entrevistas que figuran en su sitio oficial (wernerherzog.com)

http://www.cineescuela.com/notas.php?id=287
http://movmd.tv

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