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En la estancia Los Talas, Esteban Echeverría escribió La
cautiva. Podríamos haber dormido en la habitación de Echeverría, pero
preferimos pasar el sábado en Mercedes y salir el domingo hacia la estancia. Dormimos
en una cama tan grande, que antes de quedarme dormido pensé que, para hacer el
amor allí, necesitaríamos carritos de golf.
Reina María Rodriguez es una poeta cubana. Durante años organizó
legendarias tertulias en la azotea de su edificio. Cuando le comenté a una
amiga que viajaría a La Habana, me dio un libro para ella. Sería una buena
oportunidad para conocer a Reina y para darle, además, un libro mío. El
problema era que si bien mi amiga había conocido a Reina personalmente, no
tenía sus datos.
En la ciudad de Trinidad, me encontré con un poeta argentino. Le
comenté que estaba buscando a Reina, pero que no tenía su dirección ni su
teléfono. Me dijo que casualmente la había visto un par de veces cerca de una
misma esquina: Prado y Ánimas.
De vuelta en La Habana, no pude volver a reunirme con Jorge
Fornet, un crítico literario a quien tenía pensado pedirle los datos de Reina.
Nos quedaban sólo dos días en Cuba y todo indicaba que me volvería a Buenos
Aires con el encargo sin cumplir. Entonces a Bettina se le ocurrió probar
suerte en aquella esquina que había mencionado el poeta en Trinidad: Prado y
Ánimas.
En una de las paredes del bar que había en esa esquina colgaba
una enorme foto de Fidel y Camilo Cienfuegos, con ropa de béisbol y el nombre
del equipo cosido en las remeras: “Barbudos”. El Che nunca podría haber
integrado esa foto tan cubana, y fue la primera vez que lo vi como un
extranjero. El dueño resultó ser amigo de Reina y nos dijo, aproximadamente, dónde
quedaba su casa.
Así como me acuerdo de Prado y Ánimas, no recuerdo qué esquina
nos indicó el dueño del bar. Sí que era pasando Galiano, porque esa calle
figura en el título de un libro de la persona que buscábamos: Variedades de
Galiano.
El único dato que teníamos, entonces, era una esquina. Ninguna
numeración, ninguna calle exacta. Cuando cruzamos Galiano, empezamos a
preguntar por Reina. En una feria callejera de carnes y verduras, en una
peluquería…sin suerte; hasta que divisamos una fachada del siglo XIX, con
una enorme puerta de madera labrada y la
cara de un ángel coronándola. Es acá, dijimos. Creo que lo que nos dio la
certeza de que ése era el lugar que estábamos buscando fueron los labios
pintados del ángel.
Empezamos a gritar ¡Reina! desde enfrente, hasta que de uno de
los balcones salió una vecina y nos dijo que no estaba, que había viajado. Por
arriba de la cabeza de esta mujer se adivinaba la terraza donde Reina organizó sus
legendarias tertulias. De pronto, la vecina nos señaló a un muchacho que salía del
edificio. Haciendo mímica con los labios, nos informó que era el hijo. Nos
acercamos. Se llamaba Edgar. Le explicamos a qué habíamos ido, y nos ofreció
que le dejáramos los libros a él. Antes, escribí en el mío una dedicatoria.
Edgar subió al departamento a dejar los libros, y cuando volvió, antes de
despedirnos le pedimos que nos sacara una foto en la puerta de madera labrada,
debajo del ángel con los labios pintados.
Veo una foto mía haciendo la plancha en un mar turquesa,
con un velerito pasando a unos metros. Me inspira una paz que no sé si tenía en
el momento en que me la sacaron. Los recuerdos son un proyector que pongo a
funcionar en cualquier momento de las no-vacaciones. Es como si los hechos, al
volverse recuerdos, se metieran detrás de una pantalla, sin salpicar.
De Hernán Lucas Dos Gardenias (2020. Buenos Aires:
Caleta Olivia. Texto de contratapa: Cecilia Ferreiroa.)
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