El impacto contra el piso en el plano final
Apunta un día
lunes Witold Gombrowicz, el escritor preferido de Martín Carmona (Buenos Aires,
1975), en el comienzo de su Diario
argentino:”Rugido de sirenas, pitidos, fuegos de artificio, corchos que
saltan de las botellas y el tremendo ruido de una ciudad en plena conmoción. En
este minuto entra el nuevo año 1955. Voy caminando por la calle Corrientes, solo
y desesperado. // No veo nada ante mí…ninguna esperanza. (…)” Poco más de
cincuenta años después, en La Energía
Directamente, se lo puede ver y oír cantar a Tomás Nochteff,
del grupo Mueran Humanos: “no tengo esperanza no necesito ninguna!”También está
el controvertido Iván Deveaux rompiendo sus tubos fluorescentes en plena vía
pública. El poeta Roberto Riera se burla del “dolor del corazón” de su amigo
francés, como si no tuviera derecho y como animándolo a reaccionar ante su
doliente arenga de “a vos te duele el corazón”. Rodolfo Edwards le lee a su
tierna tía el libro Como dejar de amar,
un método para olvidarse de aquella mujer perdida. El actor Fidel Araujo
persuade a una querida amiga a abandonar la idea del suicidio, argumentándole
que es imposible ya el aburrimiento. La multifacética Nati Menstrual mira a la cámara con una flor
en la boca y dice: “estoy bien estoy bien! Tengo cáncer de hígado.” Daniel
Durand se conmueve al comprobar que de los bichos más feos surgen los frutos
más hermosos. Una serie interminable de números telefónicos tiene que enlazar
Walter Darío Lema –alma matter del grupo Placer-, para que Facundo le dé el número de Toto
–mientras transcurre una secuencia con chicas corriendo la cinta en un
gimnasio. Fernando Floxon –el chamánico guitarrista del dúo Travesti y del
incipiente grupo Las Uvas Estroboscópicas- dice: “no somos los chicos buenos
pero tenemos bondad” mientras lava su remera con lengua Stone, para luego
quejarse por no haber sido registrado mientras vomitaba en un living…
Martín Carmona
ya tenía en su mente la forma en que llevaría a cabo La Energía Directamente, cuando concluyó su exuberante segundo film La Juntidad Espeluznante, un viaje estrambótico
por la Buenos Aires
de la revista Literal, de obras como El
Fiord, de escritores como Néstor Sánchez y Ricardo Zelarayán, entre otros. Su
nueva película la filmaría con una ágil Sony Hi-8 desde finales de los años
noventa hasta principios del 2011, y con un ecléctico elenco que tenía como
base elecciones estético-afectivas, que condensaría trayectos, anhelos y
fulgores de una bohemia rockera y literaria que aún se resiste a claudicar. Y
así lo hizo, influenciado por una tradición cinematográfica que va desde el Manifiesto Futurista y su
Cine de Variedades, el Cine-Ojo de Dziga Vertov, pasando por el vitalismo
norteamericano de Jonas Mekas y Jon Jost, sin olvidar al Tiro de gracia de Ricardo Becher y al Tratado de veneno y eternidad de Isodore Isou. Su película La Energía Directamente transita por una zona
infrecuente que evita tanto a la mera abstracción, como al relato narrativo
imperante, plasmando así una obra donde todo puede ser posible, lo que en
palabras de su amigo Silvestre Byrón, mítico cineasta septuagenario, llamaría
Cine Opcional: una estética donde los más diversos recursos estilísticos
confluyen en un mismo espacio audiovisual. Todo esto en función a una sintaxis poemática,
en donde el ritmo del montaje ocupará un lugar central.
En una
apacible tarde de miércoles en zona Sur, donde vino de sorpresiva visita,
Martín Carmona me comenta bajo un ciruelo floreciente: “Los recuerdos pueden
ser como los fantasmas, por eso nunca tuve ninguna intención de documentar
algo. Estaban todas esas historias y ese encanto de los 80 que tanto amaba.
Después veníamos nosotros, de ese nosotros quería hablar. Pero tampoco quería
explicar nada. Como si las formas del cine y la vida misma se fundieran en un
punto.” Y en estas últimas palabras está una de las claves de esta película.
Pero antes deberíamos adentrarnos en el tiempo, corría el crack del 2001 que
sumado a la tragedia de República Cromañón dejó a Buenos Aires en un estado de
alarmante agonía y a su noche herida de muerte, con shock de pánico y ataques
de angustia colectiva. Una pizzería frente a una estación de tren, El Tío
Bizarro en la sureña localidad de Burzaco, se erigió como un excitante antro de
música en vivo y situaciones disímiles. No era música que se escuchara en todas
partes, no era la música que escuchaban todos. No había un escenario con vallas
y aún no había patovicas custodiando en la puerta y las patrullas municipales
merodeando el lugar, como ocurre actualmente. La cámara de Martín Carmona
estuvo ahí desde un principio. Y muy envalentonado y con ganas de seguir
conversando sobre el tema, tras beber un sorbo de una lata con jugo de tomate
bien frío, agregó sobre el asunto: “Salía de mi casa alrededor de las 22hs, cargaba
en la mochila la cámara y los cassettes, tomaba el 160 y viajaba sentado dos
horas hasta Burzaco, un fin de semana tras otro durante bastante frecuencia.
Ahora que lo pienso, en retrospectiva, es cierto que podría haber tomado desde
Palermo –donde alquilaba- un subte y luego tren, para así llegar más rápido, pero
me gustaba esa ceremonia de mirar la ciudad y el suburbio por la ventanilla, y
al regreso sí tomaba el tren y el subte, pero ya era otro nuevo día el que
despuntaba, con la bendición de la noche. De hecho, alguien me señaló
entusiastamente de cómo los pasajes de lo nocturno a lo diurno y viceversa se
suceden en mi película.”
Años sucesivos
de cerrar filas, de mirar para adentro, de cierto atrincheramiento y hacer obra
con las cosas que había a mano, en un crescendo que sacudía la inercia, y los
lamentos por el fin de una fiesta que muchos no vieron: la contracara de un
fervor de una clase media vapuleada durante una década. Aquí otra clave de La Energía Directamente en palabras de su director:
“Todo lo que puede parecer espontáneo es ilusorio, producto de los efectos del
montaje. Hay un montaje previo que es temático, luego voy tejiendo una
enredadera de sentidos. De repente todo se vuelve fascinante.”
Parte de la música
de esta inusual película son las piezas instrumentales de Las Tinieblas del Romance, esa gran obra de Travesti, y además hay
una versión demo de Mi Respiración, un tema del primer disco de Placer. Un dato
curioso, es que a medida que Carmona se la pasaba filmando y viviendo, una
suerte de revival anémico del post-punk se iba instalando aquí y en todo el
globo terráqueo. “Sin embargo, Dios, una banda que en los 90 hacía una música
muy potente y original, eran considerados inclasificables incluso para los
especialistas…” –me dijo, cuando lo interrogué al respecto.
Y en lo que a
mi me concierne, me gustaría dejar aquí constancia que actué gustoso en varias
escenas de su película. Aquella tarde seguimos hablando por los codos hasta que
quedamos al borde de una nueva madrugada, y lo acompañé a tomar la última combi
del día –ningún bus 160 o tren más subte como antaño! Al regresar a mi nuevo
hogar, y con los ecos de lo conversado empecé a escribir esto que se quiere una
reseña. Tendría que mencionar –antes que sea demasiado tarde- que quizás en el
título de La Energía Directamente
haya un deseo de algo que había que buscar para seguir derrochando, una bien
nítida Gombrowicziana inmadurez –que se aprovecha o no se aprovecha- hasta
llegar a un límite. “Es extraño como las cosas más antiguas parecen las más
modernas” –le dije a Martín Carmona y no recuerdo exactamente sobre qué
motivo-. También le recordé anecdóticamente la palabra Filmelle –que tanto le
gusta mencionar-, un equivalente de Nouvelle en literatura, porque el tiempo de
La
Energía
Directamente es de una hora de duración, más corto que un
largo, más largo que un mediometraje. Y habrá que mirarla como quien lee un
poema, no como quien lee una narración o un cuento. “Siempre es el otro y no el
narciso el que completa los movimientos del alma”, se escucha decir en la
última escena de esta película llena de resonancias verdaderamente profundas. Como
el impacto contra el piso, en el plano final, de la cabeza de su director.
Nicolás Domínguez Bedini Turdera, 18 de octubre de 2013, 05:00
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