domingo, 17 de mayo de 2020
ATRAVIESO LOS DOMINGOS y EL ESTATUISTA, dos poemas de José Carlos Gallardo (Granada, 1925 - Buenos Aires, 2008):
ATRAVIESO LOS DOMINGOS
de domingo, el día festival del deshuesado paseo.
La calle avanza como una rotativa numerosa
y recompone el plomo braille de su falta de noticias
bursátiles. La gente marcha de la mano, escanciada
como un vino añejo.
Al final del
alumbrado, se oye
una sirena: la calle se sitúa en una gozosa
espectación de desfile para aplaudir el descenso
acabado
de la columna barométrica de un muerto. Mañana
sabremos que a las ocho de la tarde – cine aséptico
u hotel-,
una muchacha se inundó de vacío desde un sexto piso
y bloqueó el espacio haciéndolo manchado y
silencioso
como agua destilada.
Todo vuelve a
su forma perecedera,
a los zapatos italianos de costosa fragilidad,
a la cama corporalmente dividida para que tenga
autonomía el sueño.
Quiero decir
con ésto que la vida
no es sólo un apartado de correos, ni la vigilancia
local sobre la caída del cabello, ni el asíduo
instituto de belleza para ajustar un reborde juvenil
en la cadera.
No, Stella,
la vida
es un descubrir, alucinados, que estábamos
cuando entraba la mano por su hilo sanguíneo
y evidente; es sentarse con el cuerpo descalzo
hasta dormir dentro del televisor y esperar
todos los días a que amanezca mañana.
Quiero decir
que un hombre no es una pérdida para el mundo,
que la gente sigue teniendo el mismo peso duradero
por más que la evasión sea de algo más que en
capitales
extranjeros, y que a todas horas hay quien no duerme
porque no pudo cerrar la boca cuando los demás
comían.
No hay duda de que el domingo es el día empastelado
para cortarlo en trozos familiares
o ensayar
la forma deportiva y dental de una butaca apta para
todo público,
o volver a casa con un pollo
amarrado al infrarrojo para que el descanso
no pueda ser erótico.
Pero
ahora que recuerdo,
antes de la guerra los domingos eran del campo
y el sol movía bien la tierra para que cada uno
sintiera en la cabeza el pentecostés del otro,
ese brindar lo que después se canta a coro
cuando la tarde, al lado de la gente, se aleja
recordándose ya como en un espejo olvidado en su
sitio.
De José Carlos Gallardo Juicio Inicial Al Hombre (1974. Palma de Mallorca: Edición Patrocinada por el
Ayuntamiento de Manacor.)
EL
ESTATUISTA
Los domingos
se iba al parque.
Merodeaba
por los lagos, fiestas
de agua anclada. Daba vueltas
a los paseos con niños
en bicileta. Se quedaba absorto
junto al carrito del helado
como una mosca desafortunada.
Las
avenidas de Palermo
se contaban por módicas estatuas.
(El verde
era un estambre muerto).
Llevaba
una estadística
de baldíos frondosos sin memoria,
de los verdes en blanco y los espacios
hechos a la medida
del Día de la Madre y otros sucedáneos.
Era
preciso reunir la Historia
poética del mundo: Adán, Homero,
Schiller, Bécquer, Platero…
Y que los
niños fuesen
docentemente descendencia.
Junto a
los globos, balanceaba
la sonrisa, el color sanguíneo
de su bondad. Eran un apóstol,
un catequista sin parroquia, el texto
de un domingo pintado infantilmente.
A última
hora de la tarde,
se detenía entre los ceibos
-leyenda nacional, perfume patrio-
y se buscaba el busto
de la inmortalidad, la estatua ingenua
que llegaría a ser un día de historia.
Y allí
quedaba
extasiado, compacto, erecto
y arranque de prosapia,
oyendo el
aire
del tiempo entre las hojas,
esperando domingos ilustrados
ante Bécquer, Homero, Adán, Platero…,
benefactor risueño de sí mismo,
niño suicida
con un bronce clavado entre las sienes.
De José Carlos Gallardo Un aire imaginado (1983. Toledo: Edita el Exemo. Ayuntamiento de Toledo.)
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