domingo, 29 de septiembre de 2024

Tres fragmentos de "Memoria de chica" de Annie Ernaux (Lillebone, 1940)…:

 


        Gozando con fruición de la ruptura con el pasado inmediato –maldecimos La Escuela Normal con todas nuestras fuerzas-, despreocupadas frente a un porvenir nebuloso que empezará mucho después, en octubre, en la facultad, nos veo en una libertad vacía. Más adelante, pensaré en aquellos meses de Inglaterra como en un “domingo de la vida, el que lo iguala todo y aleja toda idea del mal”, según Nietzsche. Un domingo inglés de 1960, vacío y ocioso.

 

 

        Un domingo por la tarde a finales de agosto o principios de septiembre de 1960, estoy sentada, sola, en un banco de un jardín público cerca de la estación de metro de Woodside Park. Hace sol. Los niños juegan. He llevado papel y pluma para escribir. Estoy empezando una novela. Escribo una página, puede que dos. Puede que solo una escena: una chica está acostada en una cama con un hombre, se levanta y se va a la ciudad.

        De ese principio desaparecido me queda el recuerdo preciso de la primera frase: “Unos caballos cabrioleaban lentamente a orillas del mar”.

        En la televisión, en casa de los Portner, había visto una escena que me había impresionado mucho. Se veía, a cámara lenta, dos caballos adiestrados, encabritados, evolucionando en una playa. Con aquella imagen quería sugerir la sensación de estiramiento del tiempo y de enviscamiento del acto sexual. Si me refiero a la novela muy corta que redacté dos años más tarde y que es la continuación de aquel principio, no es la realidad de mi historia con H la que quise contar, es una manera de no estar en el mundo –de no saber comportarse en él-. Algo inmenso y borroso que explica quizá que no prosiguiera los días siguientes, posponiendo sin duda a mi futura vida de estudiante de Filología (o de Filosofía, dudaba  a causa de Beauvoir) la realización de mi novela. R. no supo nada de mi intención de escribir. Estaba segura de que se empeñaría en convencerme de la locura de mi ambición.

 

 

        En enero de 1989, fui a Londres un fin de semana, en compañía de varios escritores, para un encuentro literario en el Barbican Centre. El domingo por la mañana, que teníamos libre, cogí la Nothern Line hasta East Finchley, luego el autobús y pregunté al conductor por la parada Granville Road, la más cercana  a la casa de los Portner. Antes de llegar a la parada vi la Swimming Pool. Cogí la Kenver Avenue. La casa de los Portner me pareció más pequeña y vulgar. En Tally Ho Corner , solo quedaba el Woolworths. El tobacconist Rabbit había desaparecido, así como el cine donde el cartel de Suddenly, last summer con Elizabeth Taylor me había dado tantas ganas de ver la película (la veré diez años después) y donde era posible comprar grandes paquetes de palomitas sin entrar a la sala. Cogí el metro en Woodside Park. No recuerdo haber vuelto a ver el jardín. Al regresar a casa escribí en mi diario: “Todos los participantes en el coloquio se precipitaron a los museos y yo a North Finchley, a mi vida pasada. No soy cultural, solo una cosa me importa, aprehender la vida, el tiempo, entender y gozar”.

        ¿Es esa la mayor verdad de este relato?


De Annie Ernaux Memoria de chica (2020. Madrid: Cabaret Voltaire. Traducción: Lydia Vázquez Jiménez.)


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