jueves, 30 de abril de 2020

Una carta del pianista canadiense Glenn Gould (Toronto, 1932- Toronto, 1982) con fecha 30 de abril…:

















                                                                                                                                                        30 de abril de 1971

A WENDY BUTLER

Srta. Wendy Butler,
CBC

Querida Wendy:
Algunas reflexiones sobre la Hammerklavier. Como bien sabrás, es la obra más larga, más atolondrada y probablemente menos agradecida que compuso Beethoven para el piano. Lo digo no sin cierta reticencia porque, desde mi época de estudiante, me propuse descubrir en ella algún tipo de recompensa y documentarla en un programa o una grabación, o en ambas situaciones. Hace algunos años la incluí varias veces en el programa de algún recital, a menudo en lugares como Dry Gulch, en Montreal, o Los Yahoos, en N.M., pero, indefectiblemente, siempre acababa corrigiendo el programa a última hora. Me resultaba imposible empaparme de la obra y me repetía que debía comprender todos sus enigmas antes de mostrársela al público.
        Sea como fuere, el centenario adelantó, como ya sabes, el momento del reconocimiento (por una serie de problemas de agenda demasiado complejos para abordarlos aquí, programamos inicialmente la grabación para diciembre de 1970, cuando la grabamos), y volvió el deseo de intentar, de nuevo, resolver sus muchos misterios. La verdad es que no creo que haya conseguido solucionar muchos, pero entre tanto recurrí a diversos modos de análisis de sistemas muy interesantes. Decidí, por ejemplo, que, ya que la pieza es lo menos pianístico que existe, no sólo porque es una obra terriblemente difícil (y, lo que es peor, no es esa la intención que tiene el oído profano) sino porque Beethoven la compuso sin apenas prestar atención a las filias y fobias que existen entre las distintas regiones del teclado, intentaría abordarla desde una perspectiva orquestal.  Intentaría enlazar la primera nota con la última con el mismo ímpetu con que lo haría un director de orquesta (es decir, que no apostaría por la velocidad sino que obligaría a los tempi a fundirse entre sí) y reduciría a la mínima expresión todos esos manierismos tan propios del piano que, desgraciada y perversamente a la vista del cariz profundamente antiinstrumental de Beethoven, siguen siendo tantas y tantas veces un obstáculo para la música.
        Y no son pocas las cosas que hay que reducir a la mínima expresión. En muchas ocasiones, por ejemplo, aparecen arabescos de una delicadeza casi chopiniana (como en el segundo tema del primer movimiento) en registros nada agradecidos (sobre todo, agudos) y separados al menos en más de una octava de las voces a las que acompañan. La mayoría de estos problemas se dan en el primer y el tercer movimientos; el segundo es corto y lo suficientemente tenso como para pasar inadvertido, y la fuga del final es fascinante y divertida, a pesar de toda su tontería matemática y de esos intentos lamentablemente enérgicos por romper la barrera del sonido neohandeliano.
        La pregunta es: ¿conseguí con mi enfoque orquestal y alejado de todo engreimiento pianístico enlazar estas cuatro estructuras distintas y convertirlas en una gran obra que funciona? Sinceramente, no. Creo que funciona por momentos, pero en otros momentos, no (cosa que, bien pensado, ya sucedía en la partitura de Beethoven), pero al menos lo intenté y no tendré que darle más vueltas al menos hasta 2027.

Con mis mejores deseos,
Glenn Gould


De Glenn Gould Cartas Escogidas (2011. Barcelona: Global Rhythm Press. Colección Biorritmos. Edición de John P.L. Roberts y Ghyslaine Guertin. Traducción de Ferran Esteve.) 



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