Dame otra vida y seguiré cantando
en el café Raffaela. Y me quedaré ahí sentado
o parado como un mueble en un rincón
si esta vida nueva es menos generosa que aquella.
Así y todo, en parte porque desde ahora ningún siglo podrá
arreglárselas sin jazz ni cafeína, soportaré este sufrimiento
y a través de mis huecos y mis grietas, de todo el polvo
y los barnices, te observaré, en veinte años, en tu florecida
flor.
Recuerda que, en general, seguiré existiendo. O más bien
que un objeto inanimado podría ser tu padre,
en especial si los objetos son más viejos o grandes que vos,
así que miralos atentamente, porque sin duda te juzgarán.
Ama esas cosas, te tropieces o no con ellas.
Además, quizá todavía recuerdes una silueta, un contorno,
cuando yo haya perdido hasta eso, junto con el resto del
equipaje.
Así, estos versos, algo acartonados, en nuestra lengua en
común.
[1994]
Ab Ovo
En última instancia, debería haber un idioma
donde la palabra “huevo” se redujese a una O.
Los que más se aproximan a eso son los italianos
con su uovo. Por algo, Alighieri creía que era
el más saludable de los alimentos, compartiendo
esa preferencia con tenores y sopranos,
cuyos torsos como peras encarnan la esencia de la “opera”.
Lo mismo podría decirse de los poetas alemanes
-esos auténticos románticos- que empezaban cada verso
como quien se sienta a desayunar, o de los matemáticos,
igual de arrogantes, empollando su infinito
tan prolijamente dispuesto, cuyos ceros inmaculados
nunca romperán el cascarón.
[1996]
En el basurero de la ciudad de Nantucket
A Stephen White
Lo perecedero se consume en lo perecedero, a plena luz
de un día que, a su vez, agoniza en un noviembre casi
terminal:
removiendo la basura, las gaviotas intentan superar
en número a la nieve, o al menos demorarla un poco.
El bárbaro alfabeto primordial, saqueando con ferocidad,
por todas partes, la barrera de oxígenos, es un prefacio
a la anarquía de los desperdicios:
en el principio, fue el graznido.
En sus tartamudas doblevés, se puede leer
no tanto el hambre sino las garras de la lujuria,
en forma de afiladas comas que señalan lo imperecedero,
o quizás el vuelo de la página arrancada de un grueso
volumen.
mientras un anemómetro rabioso hace girar sus tazas
estúpidamente, como en una desquiciada ceremonia del té,
y el Atlántico soporta con pena, en su atlético oleaje,
los pronósticos de oscuridad.
[1995 - 1996]
De Joseph Brodsky Canción de cuna y otros poemas (2012. Buenos Aires: Huesos de Jibia. Segunda edición corregida y aumentada. Traducción de Daniela Camozzi y Walter Cassara. Postfacio: Walter Cassara.)
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